¡Hay que querer! Quererse y querer a las personas que nos rodean, ponernos en su lugar para entenderles mejor.
¡Hay que querer! Querer conseguir nuestros sueños, ponerse en acción y buscar la manera de lograrlos.

lunes, 30 de marzo de 2015

Qué fue de la calma

"Me calma".
Esa era la frase, tu razón, mi seguridad.
"Me calma como nadie lo ha hecho nunca".
No había mucho que añadir, ¿no? Estaba claro. 
Eras tú.
Eras el único que lograba que me calmara.
Eras...
Esas eran mis razones para que fueras ese quien, fueras mis ganas de todo, fueras tú, fueras el hombre de mi vida.
Y puede que parezca absurdo, pero tenías ese don que nadie me había mostrado jamás. Tenías el poder... El poder de reducir mi inquietud interior, apaciguar mis ganas de volar a un país muy, muy lejano y desaparecer; reconducir mis pasos perdidos en arenas movedizas, que no me dejaban continuar adelante; parar y ver que el mundo tiene algo más, que lo que veo del reflejo que perciben mis ojos en mi fugaz caminar.
"Me calma".
"Nadie ha logrado calmarme como él".
¿Cómo lo hacías? ¿Cómo lograbas con tan sólo aparecer, reducir mis ansias de vida loca?
Y sí, así era... Aparecías y mi mundo revuelto y pasado de rosca, se iluminaba de claridad, paz y relajación instantánea. Eras como el cigarrillo que logra hacer que rebaje mi ansiedad, eras quien me relajaba mis momentos.
¿Cuál era el secreto? ¿Cuál era tu secreto?
Cuando pasa el tiempo te das cuenta de tanto ganado y perdido. Supongo que, como cualquiera, no siempre gané, es más puede que nunca lo hiciera, pero si algo tengo claro es que seguramente jamás perdí...
De las batallas recuerdo aquellas que perdí. Cada error, cada fracaso, fue un impulso para continuar; y tú lo fuiste todo... y de repente, ya no eras esa calma.
"Nadie me calma como tú..."
Ahora entiendo que nunca me calmaste. Te amé sobre cualquier cosa, te idolatré por esa razón de calma tan tuya, te quise tener por siempre jamás; pero la vida enseña demasiado, y un día me di cuenta de que tú no hacías nada.


No me calmaste jamás.
No hiciste nada para que la calma me invadiera, simplemente, yo me hice creer que eras tú quien lo hacía, cuando, en realidad, era yo quien había optado por darte el don, era yo misma quién te daba ese poder.
Jamás me calmaste, sin embargo, en cuanto veía una de tus señales, en cuanto notaba tu olor, escuchaba tus susurros, oía tus pasos, o te sentía cerca, me calmaba de inmediato... 
Nunca fuiste tú quien me calmó. 
Es más, nunca hiciste nada para calmarme.
Es curioso el poder que otorgamos a otros, sobre nuestras reacciones, cuando no somos más que nosotros mismos, quienes hacemos que esas personas, cobren ese papel en nuestras vidas. 
Solo yo te hice el causante de una calma, que solo yo me producía... 
Sólo yo te hice ocupar un lugar en mí por el que nunca hiciste nada... 
Sólo yo te di ese papel, sabiendo ahora, que no luchaste ni un asalto por mí, pero me empeñé en tenerte en el podium diariamente...
"Me calma", "me calma como nadie lo ha hecho nunca"... 
Triste... 
El tiempo me hizo ver que quise estar autoengañada, para comprobar que la única razón excepcional, por la que deseaba tenerte a mi lado, era pura fantasía ideada por mí. Y sí, si de algo estoy segura, es que con o sin tu calma, jamás perdí; y si algo aprendí es que quien tiene el mayor poder sobre mi calma, sólo soy yo misma.


No hay comentarios:

Publicar un comentario