Y, es que había llegado ese momento, en el que la
garganta se queda sin voz y los gestos se desdibujan para poderse expresar bien,
y quedan tantas cosas por decir. Así que, ahí estaba yo, frente a un folio
en blanco, esperando a ser manchado de tinta llena de sentimientos.
Empecé intentando
ordenar tantas frases desorientadas en mi mente, y tras 20 minutos de fallido
orden, decidí colocar una letra al azar, por si tentando a la suerte, caía
cara y podía iniciar un mensaje coherente.