¡Hay que querer! Quererse y querer a las personas que nos rodean, ponernos en su lugar para entenderles mejor.
¡Hay que querer! Querer conseguir nuestros sueños, ponerse en acción y buscar la manera de lograrlos.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Diferentes

Somos diferentes. 
Decir cuánto, si somos mucho o poco, creo que carece de importancia, como con la felicidad. Cuando uno es feliz, sobra decir si lo es mucho, ser feliz de por sí, ya es lo más. Y lo mismo pasa con la diferencia, que exista, ya denota todo su valor.
No obstante, todos somos diferentes, únicos, no hay dos gotas de agua. Por mucho que compartamos o tengamos en común, siempre habrá un distintivo propio que nos dé el toque personal.
Tampoco cabe valorar quien es mejor. Nadie es mejor que nadie. Ni peor. 
Aún con diferencias, tenemos más en común de lo que podría parecer a simple vista.
Compartimos lealtad. Daríamos la vuelta al mundo si uno de los nuestros nos pidiera que fuéramos a su lado, pasaríamos una noche en vela escuchando sus penas, haríamos el ridículo si con ello fuera a sonreír o nos cortaríamos un dedo si con ello fuera más feliz.
A ambos, la vida nos enseñó que la familia existe, y está... pero a su manera. Acabamos reformulando el concepto. Y es que elegimos con el tiempo a esa familia "nuestra", quienes viven contigo los grandes momentos, siempre están en los recuerdos de las locuras, saben leer en tus ojos (o en tus tuits) que estás en un mal momento o te queman el timbre, aunque te niegues a salir, hasta que consiguen sacarte a saborear una noche sin más objetivo que bailar con 'fly, party y sabrosura'. Amigos pocos, pero buenos, y poco más importa para tener una vida con sentido... y un pasado que envidiar.
La sencillez. Nos conformamos con poco, nos gustan las cosas sencillas y apreciamos el valor de esas cosas que no tienen valor. Sin más.
Pura independencia. Necesitamos nuestro espacio, nuestro momento, nuestra distancia. Cortarnos las alas nos quita lo que somos. Somos libres, hasta el límite en que necesitamos a ese alguien importante ahí.
Nos pirra la diversión, disfrutar de las 24 horas del día, del jaleo y la alegría reinante. Recorrer bares y que no nos cuenten nada, como lema vital. Y si un día nos da por marchar antes de hora, siempre habrá un rezagado que nos diga: ¿cómo que te vas ya?; cuando "ya" son las 6 y media de la mañana... mínimo... y te quedas, ¡claro!
Eso sí, si hay que cumplir, se cumple. Las promesas están para algo, las responsabilidades vitales propias de la edad, también, y cuando hay que estar y dar el callo, se da.
Sangre caliente. Dame calor, ¿para qué el frío si no encuentro razón para sufrir? 
Nos encanta la playa. Sin playa todo es más peor, más monótono, insípido, una vida con o sin playa es un camino menos o más desperdiciado. Y sol, esencial para que funcione nuestro organismo. Nuestra batería de carga, las pilas que nos recarga ese gran astro, que alegra nuestros días y nos baja el ánimo si decide no salir. 
Aunque, para evadirnos, no nos quites admirar la majestuosidad de la montaña. Desconectar, conectándose con un aire limpio que te llena los pulmones, una grandeza de bosques que te nublan la vista con sus tonalidades verdes y marrones, y miles de senderos, que recorrer para despejar las brumas, que nos acechan la cabeza.
Ambos estamos perdidos. En nuestras historias, en nuestros días, en nuestros problemas; como la mayoría de habitantes del planeta. La incertidumbre que reina en nuestro alrededor y nos hace humanos tomando decisiones y rechazando opciones, ¡nos quita el sueño en más de una ocasión!
(dime qué te/me quita el sueño)
Pero a pesar de todo somos diferentes...
Tú aparentas tenerlo todo. Todo bajo control, todo pensado, todo claro, todo madurado. Yo no puedo aparentar... nada. Es más, tampoco tengo nada. Nada bajo control, nada pensado, nada claro, nada madurado.
vives sobre seguro, de vida, de incendios y a todo riesgo. Yo soy una loca de la vida, que seguramente teme mucho más; pero huye de la seguridad de una vida asegurada. Tú haces del miedo tu vida, y yo no dejo que me impida vivir.
Probablemente, te irá mejor que a mí. Posiblemente, no logres nada de lo que deseas... ni yo tampoco, pero, al menos, lo intentaré. 
Cobardía o sensatez; valentía o inmadurez... si tú no luchas por tus sueños, ¿quién lo va a hacer?
Tú eres conquistador, ligón nato, atraes a chicas como moscas a un pastel. Yo soy el “antiligue”, espanto a todo chico, como si un león apareciera de la nada.
Tú eres la tabla emocional perfecta, dura, evitando dobladuras. Yo soy la emoción personificada, pura pasión, evitando crecer. Tú el rebote; yo, el resorte emocional.
Tú eres serenidad, paz, calma. Yo soy huracán, rebeldía, desasosiego.
Tú piensas en el gasto adecuado del dinero. Yo pienso que la única función del dinero es gastarlo.
Tú eres inseguridad presente y sin enmascarar, caparazón de miedos reales. Yo soy la seguridad aparente, caparazón de fortaleza inexistente... lejos de protegerme de golpes y heridas, me hace todo lo vulnerable que soy... y más. A ti, tu caparazón no te hace invulnerable tampoco...
Tú eres de vivir en el mañana, pasado mañana y en lo que debería ser. Yo vivo hoy y ya me viene justo. Pensar de más nunca se me dio bien.
A ambos nos gusta jugar; pero a ti, con juguetes de carne y hueso, y a mí, con ideas absurdas que me ilusionan.
Tú crees que callando se solucionan los problemas. Yo no veo otra solución que hablar. E incluso, valoramos distinto, porque tú valoras lo que digo de una forma que no es, y yo no valoro lo que dices, porque no dices nada.
Tú no asumes, ni aceptas lo que te revuelve; a mí sólo me mueve la máxima de que, a la vida, como a una buena tortilla, le hacen falta un par de huevos y la pizca exacta de sal... porque sin sal, nada tiene sabor, ni sentido, ni significado.
Y aunque tú tienes el don de dejar las cosas a medias y poder vivir, y yo me desespero con los finales abiertos, y los libros que me enganchan, me duran dos días a lo sumo... 
Tú no eres como yo, y yo no soy como tú. 
Y no, no somos iguales... pero, ¿sabes? no se hizo una canción con las mismas notas musicales. Nuestra armonia puede que se sustente en todas esas taras, que nos dan forma a cada uno, a nuestra propia manera.
¿El secreto? No dejar de tocar, siguiendo el ritmo que nos marcamos.






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