¡Hay que querer! Quererse y querer a las personas que nos rodean, ponernos en su lugar para entenderles mejor.
¡Hay que querer! Querer conseguir nuestros sueños, ponerse en acción y buscar la manera de lograrlos.

miércoles, 14 de enero de 2015

La segunda vez que visité Barcelona...

La segunda vez que visité una ciudad como Barcelona, lo hice movida por una de mis pasiones. Era una visita fugaz, de 13 horas para ser exacta, pero era una de esas aventuras que te causan hipomanía desde el segundo uno, en el que la idea de lo que va a ocurrir, se genera en la mente; emociones positivas donde las haya, porque vas a algo con lo que siempre disfrutas, y alegría por compartir experiencia, una experiencia única, con una gran amiga. 
Lo cierto es que el espectáculo no defraudó en absoluto. la experiencia fue espectacular y poco a poco, nos fue sorprendiendo con hechos que la hicieron inigualable, fantástica, divertida e inolvidable. Y siendo sincera, quién me iba a decir a mí, al inicio de la aventura, que acabaría después de esas 13 horas, sola, sin dinero, sin móvil, sin amiga (ella sí cumplió el requisito temporal de la aventura), y completamente desubicada, en una habitación de hotel... Hotel desconocido, claro.
Me las apañé para conseguir dinero con el que volver a mi adorado hogar (este tema para otra entrada), y emprendí, tras un episodio de alucinar con lo que me estaba pasando, la secuencia de pasos con los que llegar a la estación de tren y poder regresar.
¿Lo peor? Me costó encontrar la salida del hotel ¡una barbaridad! Que no es que yo me considere tonta, pero aquello era más complejo que el laberinto típico de las ferias de pueblo... Y, sí, dicen que "la noche me confunde", pero a mí, en esos momentos, me confundían los rayos de sol, y me apostaría lo que me pidieran a que aquella noche hubiera encontrado la salida... 



Confusa, perdida, alucinada, desorientada, echando de menos mi hogar, en una ciudad que desconocía, y sin dormir (dato relevante), aparecí en la salida del hotel, después de subir, bajar, salir a una terraza con personas tomando el desayuno al sol, escaleras, coger un camino, deshacerlo, etc. Pero aquella puerta al exterior no era la salida normal (la de transeúntes), si no la de coches...
Allí, un señor trabajador del hotel, acogía a los huéspedes que marchaban, hasta que les llegaba su coche (si lo tenían en el parking, ya que otro trabajador lo llevaba hasta allí), o su taxi, como segunda opción. En ese momento, había un grupo de 2 o 3 personas, que iban juntas, esperando su propio auto.
Cuando llegó mi turno y en el estado de aturdimiento en el que me encontraba,.. ¡mi mente dio para mucho! ¿Por qué? Pues, la lista pensó: "mira que como pidas un taxi, subas y el conductor te diga: 'señorita, tiene la estación al cruzar la calle'; vas a echarte unas risas poco graciosas"; con lo que me aventuré a decirle al señor trabajador (que ahora que lo pienso, caché el hotel del que salía debía tener, porque un señor para esa función... y aquello de no encontrar la salida, era también cuestión de lujo del hotel, fijo): "perdone, ¿sants está muy lejos?", a lo que me respondió: "bueeeeeno, si vas andando... tienes una hora fácil". Evidentemente, tardé un microsegundo en responder "quiero un taxi", que acudió un microsegundo más tarde.
Subí y me alejé de aquel hotel-laberinto de lujo. Recorrí Barcelona, aparecí en Sants 20 minutos después, subí al primer tren que salió camino sweet home y llegué a destino feliz, con la aventura vivida.
Ahora que lo pienso, me pregunto qué pensaría aquel hombre de mi pregunta... ya que digo yo, que la gente que se hospeda en un hotel, suele conocer su localización, suele saber cómo marchar, suele llevar equipaje...



2 comentarios:

  1. Jajajaja, esta historia no me cansa nunca

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    1. Es que es taaaaaan graciosa. A mí, cada vez que me viene a la cabeza, me digo: vaya tela, Anita, vaya tela... ;)

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