Que una teoría se
fundamente en un “n=1”, no dice mucho de cuán fiable puede ser. Más bien, no
dice nada. Pero bueno, es mi teoría y lo de validarla con otros “n=1” puede
llegar a ser complejo. Por ello, la idea es esta: expongo la teoría y luego ya,
si alguien quiere dejar su experiencia, sea o no la misma, vemos cuán fiable
puede llegar a ser, mi teoría sexo-alcohólica. Nombre suculento, donde los
hayas. Eso no lo podéis negar.
Empezaré por hablaros
de qué significan los distintos tipos de bebidas, y una vez, os familiaricéis sobre
qué voy a hablar... ¡al tajo!
El ron incluirá a
todo lo que se relaciona con amigos, amigas, colegas, compis de fiesta…
El vodka serían los
rollitos, sin pasar a la segunda base, es decir sin “trincamiento” o “final
feliz”, según lo fino o fina que seas, tú que lees.
La ginebra se
referirá a hazañas festivas, bailoteos, verbenas, risas, noches de empalme
hasta desayunar y seguimos, etc.
Y el whisky… ¡ay, el
whisky! Eso no os lo cuento, ya lo descubriréis.
Y, ahora, ahí va mi teoría.
Allá por la adolescencia,
estaba yo con mis rones, mis vodkas y mis ginebras. Bueno, yo y mi grupo de amigos
y amigas, así, en general.
Un día cualquiera,
llegó alguien hablando del whisky, que no es que no supiera yo que existía una
bebida llamada así. Es más, es algo que se conoce; si no que eso de pillar un
cubata de whisky, así por las buenas, una noche cualquiera, pues como que no lo
veía.
“Prueba el whisky”, decían.
“Prueba el whisky…”
Y llegó el día que lo
probé.
Sin premeditación, ni idea de que esa noche me iba a ver con un whisky
en la mano y en mi paladar. Mi primer trago de whisky había ocurrido, sin mucho
sentido, como supongo no suele ocurrir. No sé qué expectativas llevaba yo del
whisky, de las ideas previas que tenía en base a lo que había escuchado o de si
esperaba sentir una resaca gloriosa o iba a decidir que esa bebida no era para
mí y me iba a provocar potar una semana entera.
Así, de primeras tras mi
primera cata, solo puedo decir que mi cabeza dijo algo así, como: “pues a ver, no es que esté malo el whisky, pero
teniendo mi ron y mi ginebra, pues qué quieres que te diga… ¿no es para tanto?”
(Añadir aquí, que el ron y ginebra que tomaba era de alta calidad, de gama alta,
y por supuesto, siempre).
Aún así, caía algún que
otro whisky, noches de esas que te lías más de la cuenta con los rones y
ginebras y vas a pedir un vodka, pero acaba un whisky en el vaso. Dependiendo de
la pasta en el bolsillo, o del botellón del coche de los vecinos de parking,
igual caía un marca blanca con cola a
saber de dónde, que me decía que el whisky no era para mí, a la mañana siguiente;
o un ballantines con naranja, que la verdad, sabía mejor de lo que cabía
esperar.
Whisky por allí, por
allá, pasaron años, concretamente, hasta mis 23, cuando una noche, me vi whisky
en mano, saboreando algo que no lograba entender, ubicar, reconocer. Si aquello
era whisky, ¿dónde lo vendían? Es más, ¿qué pasa? ¿era una marca nueva?
Y no, no era una
marca nueva. Simplemente, era un chivas. Un chivas de 50 años (bueno, en
realidad, no), de esos que ni cola, ni naranja, ni ná. Un par de hielos, para
apreciar todo su sabor, intensidad, aroma, tono rojizo… su TODO. Y saboréalo despacito,
que encontrarte un chivas en mano, no era algo que ocurría todos los días.
Esa mañana volviendo
a casa, después de una noche de bebidas varias, lo entendí todo. Acababa de
descubrir qué era el whisky...
¡Ahora sí!
¡Ahora lo entendía todo!
Aquel whisky que oía hablar
en la adolescencia era eso, y hasta el momento, había bebido whisky... sí, pero ¡era
del palo! ¡de garrafón! El DIC había formado parte de mi vida, la mayor parte
del tiempo, desde que caté el whisky, aquella primera vez. Ahora, entendía que
el whisky no era lo que yo había probado, el whisky era un chivas... o al menos, que yo quería chivas para beber.
Pero como todo, la
botella acabó y seguí con mis rones y mis ginebras… y lo que es peor, con esos
vodkas que acaban en whisky y me hacían darme cuenta de que de nuevo, todo era
garrafón.
Descubrir el chivas
en parte, fue una p*****. Hasta ese momento, vivía engañada, sí, pero bueno,
contenta, ¿no? Los whiskys eran del palo, pero eran todos así, y tampoco es que
cayera uno cada fin de semana. El problema es que haber disfrutado de ese sabor,
solo motiva a encontrarlo de nuevo; y que esté de promoción una noche en la
discoteca a la que sueles ir, suele ser algo imposible.
Y esa sería mi teoría
sexo-alcohólica. Hay muchos tipos de bebida, tantos como gustos; y muchas
variedades de cada tipo. Sin embargo, en el caso del whisky, no vale un whisky
cualquiera, y no por no poder bebértelo, si no porque la resaca posterior puede
ser mortífera. Y no quiero decir que si a ti te gusta el DIC, busques un
chivas. Para gustos colores, y a cada persona, nos gusta un aroma, sabor, intensidad,
o más o menos graduación, del trago que nos tomamos. Si te gusta el ballantines
con naranja, no seré yo quien te diga que no lo disfrutes tan fresquito como
desees; el JB con sprite, o el “en su casa lo saben” con redbull..
Eso sí, si descubres
el chivas… ¡Pon un chivas en tu vida!
Esa sería mi recomendación.
¿Algún n=1 que
comentar?
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