Buscábamos
lo mismo. O quizá no, quizá cada uno buscaba lo que buscaba.
Yo,
la aventura, lo inexplorado, el morbo de lo prohibido, de tu golferío, o de esa
forma de pensar tan poco terrestre.
Tú,
buscabas algo... me buscabas... un poco... al principio quizá... o no... Ni
siquiera podría acercarme a saber qué buscabas.
Partíamos
de objetivos distintos, y así acabamos justo.
Terminamos en distintos lugares,
en destinos desconocidos para el otro acompañante, pero lo que no definía el
libro de ruta era lo más palpable, y es que acabamos el camino que empezamos en
solitario.Tampoco es tan de extrañar, es más, jamás hablamos de a dónde nos dirigíamos. Nos centrábamos en nuestros instintos primarios y concluíamos, cuando ya no daba nuestra reserva de más, en marcar un día y una hora de cita.
Cita
con un guión más que predefinido.
Como
dice Enric Pardo, "las relaciones duran lo que
dure el número de polvos que la pareja tenga asignados.
Cuando se terminan, termina la pasión, termina la relación", y,
seguramente, nuestra cuenta era corta desde el principio, y aunque la hicimos
alargar, llegó el último sin darme cuenta.
Nuestras citas eran eso. Polvos. O más bien, polvazos. Y no lo vi. Nunca supe jugar a ese juego, y debí encender las luces de alarma y ponerme el chaleco salvavidas, después de aquel mensaje del día después mencionando a los rayos de luna... Podrías haberte fumado un pitillo y dejarte de tonterías, pero me tenías que tocar la moral un poco, o más bien la ilusión. Porque te convertiste en eso, en "ilusión", sin saber que en esto de los polvos, la ilusión no va más allá de haber follado salvaje y tenido unos cuantos gemidos. Y así, sin chaleco y sin luces, me ahogué y me atropelló la situación... un poco.
Se
me fue de las manos... Y no me arrepiento.
Aprendí
que las apariencias que marcabas eran lo opuesto a cómo eres; que mis ganas de
vida y descubrir cosas nuevas hacían añicos tu indiferencia y nula ambición;
que fui más generosa contigo de lo que merecías; que no aguanto la
impuntualidad o que eres palabrería barata en un intento de marcar las
diferencias, cuando eres lo más simple que he conocido.
Y, también...
a darme cuenta de cualidades de mí que necesito reforzar y de que nunca está de
más quererse un poco más de lo oportuno.
¡Ah! Y a sonreír... porque no hay sonrisa desperdiciada contigo, que merezca la pena.
Mi
destino final fue inesperado, pero tras una ruta placentera con grandes
aprendizajes.
Tú y tu destino... Acabaste justo en el punto en el que estabas al empezar. No
aspiras a más y salir de ahí te tiene tan aterrorizado, como desentramar tu
identidad y dejar de ser lo que no eres.
Volviendo
al inicio, tú no buscabas nada, y a mí me queda mucho por encontrar, ya que justo lo
que buscaba de ti, resultó ser un destino a solas.
Para
A
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